No hace ni un año que llegué a Madrid con mi armario metido en una maleta, arrastrándola por las calles a horas en que, como diría mi abuela, sólo quedan vagos y maleantes.
No hace ni un año, pero parece una vida. Y en mi maleta ya no cabe todo. No sabemos lo que tenemos hasta que lo sacamos del armario. Hagan las interpretaciones que quieran, es así.
Y de nuevo, cuando los gatos se escapan por debajo de la verja del parque de mi calle, vuelvo a arrastrar mi maleta en busca de un nuevo hogar. Con el calor que hace, que yo quisiera estar tostándome al sol, y no quemándome de puerta en puerta.
Me encantaría mirarme cada mañana en un espejo colgado sobre paredes estampadas, como el baño de Blow up en el que David Hemmings se afeita. Y que en lo alto del salón colgaran unas hélices de avión a modo de ventilador, como sugiere Vanessa Redgrave. Si es que hace mucho calor.
fotograma de Blow up, de Antonioni (1968) |
Hablando de calor, ¿por qué no una terraza? Hace poco os hablaba de las mejores azoteas de la ciudad cuando empieza el buen tiempo y en mi casa quedaría perfecta. O un patio, como este.
Patio del Hotel Dar el-Medina,Túnez (Foto Flickr de Victoria Carpenter) |
Mi última obsesión, y parece que la de todos los decoradores también, son los suelos de mosaicos, formados por pequeñas teselas de colores, o en blanco y negro. Como el suelo de Punk Bach (Pº Castellana 14. Madrid) o del baño de La Marieta (Pº Castellana 44). Un suelo que te haga querer fotografiarlo cada vez que lo pisas, O una pared al estilo marroquí. Sólo una, pero teselas.
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Y luz. Luz que se cuele por los cristales cada mañana. Luz que despierte y traiga energía a través de un ventanal frente a la cama deshecha.
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Y que suene la música. Out loud, please. The night out. Dale al play