Lo que siento cuando vuelvo a casa.

Tenía 18 años cuando vine a vivir a Madrid. 543 km me separaban de mi Sevilla natal por una buena causa: quería convertirme en una periodista de éxito.

Antes de decantarme por eso del periodismo, realmente quería dedicarme a otra cosa. Cuando era pequeña, gracias a unos libros que me regaló mi hermana, quería ser detective. Iba todos los miércoles al cine con mi padre a ver la americanada policíaca de turno. Me apasionaba todo ese mundo de tal forma que soñaba con dedicarme a ello algún día. Yo creo que a mi madre no le terminaba de convencer la idea, porque me desvió el pensamiento diciéndome que «detrás de un buen periodista, siempre hay un buen detective». Aquí supe cuál era la carrera que iba a terminar estudiando años después.

Volvemos a cuando llegué a la capital. Venía con la maleta cargada de ilusión a estudiar periodismo a una de las mejores universidades de España. Desde que tomé la determinación de lo que quería ser de mayor, fueron muchos los años en los que escuché que si quería dedicarme a esto tenía que irme de Sevilla a un sitio con más oportunidades. Aprovechando que mi familia es mitad madrileña, el destino estaba prácticamente elegido. Me fui haciendo a la idea durante años, de tal forma, que cuando me quise dar cuenta ya vivía aquí.

Eso no hace que al llegar todo fuera un camino de rosas. Es cierto que el comienzo de la universidad es una época maravillosa. [¿Cuántos de vosotros no volveríais ahora mismo a primero de carrera? Yo me iba con los ojos cerrados] El tema está en que cuando tienes 18 años y te separan de tus amigos de siempre, la situación cambia. Lo normal durante el primer año de carrera es volver a casa tanto como puedes. Yo recuerdo que los primeros meses planificaba cuándo iba a bajar, miraba aviones y aves casi todos los días para ver cuándo era más barato, no me separaba del móvil para intentar enterarme de todo lo que pasaba en Sevilla… Te vas con el miedo de sentirte fuera de lo que llevas tantos años construyendo. Llegas a una ciudad nueva con ganas de hacer muchos amigos, pero no quieres que desaparezcan las relaciones por las que tanto has apostado.

Recuerdo también que esos primeros meses en los que bajaba con más frecuencia, sentía que me estaban pasando muchas cosas que no podía compartir. Cuando cambias de ciudad -sea Madrid o Cuenca- todo lo que pasa es completamente nuevo: la casa en la que vives, los horarios que manejas, los amigos que haces, la forma de salir de fiesta, los trayectos en transporte público, los sitios a los que vas a comer… Cambia absolutamente todo. Y cuando vuelves a casa y ves que todo está igual, no sabes cómo compartir todo lo que estás viviendo. Al menos eso me pasó a mi.

Hace casi siete años que me fui de mi casa. En todo este tiempo he pasado por muchos estados y sentimientos sobre lo que supone volver a casa; sentimientos que han ido evolucionando conforme he ido viviendo cosas nuevas. Lo que siento ahora es que mis padres se van haciendo mayores -si me leéis os diré que para mi estáis en la flor de la vida- y eso me provoca cierta ansiedad. Me apetece compartir más cosas con ellos, pasar más tiempo en sus vidas, nutrirme de toda su sabiduría… Es curioso, porque cuando tienes 15 años lo último que quieres es pasar tiempo con ellos. Un consejo de un padre con esa edad no vale nada. Pero no os preocupéis padres del mundo, porque en cuanto pasas la frontera de terminar la carrera, no hay consejo que valga más que el de tus padres.

A día de hoy, aunque esté feliz en mi casa, me gusten las cosas que me ofrece Madrid y disfrute plenamente de mi independencia, cada vez que vuelvo a casa pienso que me gustaría no coger el AVE de vuelta. Me gusta cómo me siento allí. Me gusta encontrarme con esos amigos que elegí y con los que he ido creciendo aunque ahora no coincidamos en gustos. Me gusta comer una ensaladilla y una cervecita en el bar de mi hermana -que si no habéis ido todavía, no sé a qué esperáis-. Me gusta el barrio de Los Remedios aunque tanto haya renegado de él. Me gusta compartir todo el tiempo del mundo con mi perra Lolita, hasta tal punto que duermo en un sofá cama para poder dormir con ella en la misma cama. Me gusta que mi madre me diga que le acompañe a hacer la compra. Me gusta que mi padre quiera llevarme a tomar unas copas a una fiesta de flamenquito. Me gusta todo.

El otro día le decía a una amiga que yo también tengo sofá y mantita en mi casa, pero que la tranquilidad que siento en casa de mi madre es impagable. Allí tengo tiempo de ver la tele, de dormir un rato la siesta, de rellenar tiempos muertos para esperar a la amiga que llega tarde…

Lo que siento cuando vuelvo a casa es nostalgia.

¿Qué sentís vosotros?

2 comentarios en “Lo que siento cuando vuelvo a casa.

  1. Yo siento mucho amor. Todo lo que dices es muy bonito y, aunque yo no tenga una Lolita, yo también me quiero quedar siempre. ¡Enhorabuena!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *