Caroline Louise Marguerite Grimaldi de puertas para adentro, Carolina de Mónaco de cara al público. Ser la primogénita del príncipe Rainiero II y Grace Kelly conlleva ser famosa desde la cuna y objetivo constante de los flashes. Heredera de la belleza de su madre, icono de estilo inexpugnable y ejemplo de elegancia hasta capeando adversidades. El suyo es un gran ejemplo de que crecer rodeada del lujo más exquisito no siempre es sinónimo de una vida feliz. Como cualquier otro mortal, la de Carolina de Mónaco ha tenido sus altos y sus bajos, sus épocas álgidas y sus descensos a los infiernos. El pasado 23 de enero sopló las velas de sus 65 años y hoy repasamos la serena madurez de la princesa más bella del mundo e indiscutible reina de la crónica de sociedad.

Una niñez blindada
Carolina llegó al mundo en el año 1957 para culminar el cuento de hadas de Rainiero y Grace. Un nacimiento que fortalecía la unión entre una de las dinastías más antiguas de Europa (por muchos denostada) y la cúspide más glamourosa de Hollywood. Un alumbramiento que puso definitivamente sobre el mapa a ese pequeño estado salpicado de yates y casinos, y tuvo una dimensión que reverberó al resto del mundo.

Una adolescente que apuntaba alto
Creció entre los muros de una vetusta fortaleza en lo alto de una colina. A sus pies, Mónaco, en sentido real y figurado, una irónica realidad. Una niñez blindada que no escapó de ser protagonista de las páginas del papel couché. A los 18 años tuvo su puesta de largo en el Baile de la Rosa en compañía de su familia y vestida de blanco virginal al estilo de finales de los 70, tal y como manda el regio protocolo no escrito de la burguesía y la aristocracia. La pequeña Carolina se había convertido en una joven hermosa que apuntaba alto y despertaba aún más la curiosidad de los cronistas y paparazzis.

Juventud, rebeldía y matrimonio
Philippe Junot fue su primer amor de juventud. Un atractivo vividor 17 años mayor que ella, un playboy francés con el que se embarcó en una dolce vita de fiestas y lujo sin descaro. El idilio acabó en boda a pesar de no contar con el beneplácito de unos padres que hubieran preferido casarla con un príncipe de similar linaje. Un enlace por todo lo alto, con un cándido dos piezas de Dior y un tocado de flores de estilo setentero que sentó cátedra entre las novias. El Palacio de vistió de gala aquella mañana de primavera, a pesar de que muchos vaticinaron un pronto y clarísimo final a ese precipitado ‘sí quiero’. El matrimonio duró dos años y la joven princesa vivió su primer desengaño. Un mazazo que fue el inicio de una estela de desgracias que sacudirían a la familia.
Ver esta publicación en Instagram
Tragedias familiares
La muerte de Grace Kelly en un accidente de tráfico tambaleó los cimientos de los Grimaldi, al tiempo que hacían a la joven Carolina, que tan solo tenía 25 años, primera dama y heredera del difícil legado que dejó su bella y carismática madre. Para la historia quedará su imagen devastada en el entierro, ataviada con mantilla de encaje y unas grandes gafas de sol. A pesar de lo duro de la situación, supo recomponerse con los años y volvió a ilusionarse en el amor con romances fugaces como Roberto Rossellini o Guillermo Villas hasta que llegó el que se suponía definitivo: el italiano Stefano Casiraghi, tres años menor que ella.
Esposa y madre perfecta
Hay quienes afirman que ha sido su gran amor. Se conocieron en el verano de 1983, apenas un año después de la triste y desoladora muerte de su madre. Es atractivo Casiraghi le devolvió la ilusión y la tranquilidad. Se casaron apenas seis meses después por lo civil, ya que Carolina de Mónaco aún no tenía la nulidad matrimonial. Además, ella ya estaba embarazada del primero de sus tres hijos, Andrea. A él le siguieron Carlota y Pierre. Rubios, guapos y relativamente discretos pese a su condición, vivieron los ochenta como una familia de postal, mientras la prensa decía de ellos que eran la viva imagen de la felicidad.

Retirada y vuelta a la vida
Pero esta vida idílica voló en mil pedazos a raíz de un trágico accidente náutico que costó la vida a Stefano Casiraghi. Fin de la inocencia para Carolina y comienzo de una vida retirada del mundanal ruido. La princesa triste se marchó con sus tres hijos a Saint-Remy, una pequeña localidad de la Provenza. Allí los crio y allí llegó a ser captada con una incipiente alopecia que ocultaba con pañuelos y sombreros y acompañaba de vestidos de flores sin demasiadas pretensiones. Allí también comenzó a verse con Vincent Lindon, con el que parecía haber recuperado una vez más la ilusión, aunque fue con Ernesto de Hannover, un amigo de toda la vida, con quien anunció su compromiso oficial.

La princesa solitaria
Se casó con el aristócrata de origen alemán en una ceremonia sin grandes fastos y con él tuvo a su cuarta hija, Alexandra. Obtuvo así el título de princesa de Hannover, a pesar de que siempre fue relación de idas y venidas propiciada por la inclinación de él a la fiesta y el alcohol. Todo el mundo recuerda el bochornoso momento en el que Carolina apareció sola, pero con la cabeza bien alta, en una boda real mientras su marido acuñaba sin pretenderlo el concepto de “hacerse un Hannover”. Con él vivió la muerte de su padre, Rainiero II, en 2004 y fue cuatro años más tarde, en 2009, cuando ponían fin a su matrimonio sin emitir ningún comunicado oficial.

Espléndida madurez
Entrada en la década de los 60, Carolina de Mónaco siguió defendiendo esa exquisita elegancia de la que siempre ha hecho gala hasta en los peores momentos. A pesar haberse mantenido siempre en la segunda línea de protagonismo que reclama su posición oficial, la noticia sigue siendo ella. Y ahora en su papel de madre, abuela, musa de Chanel y eterno icono de estilo. Ahora peina su cabello plata que no ha querido ocultar, aumentando más su carisma y dando muestras de que por fin vive su madurez más serena
