Ha sido un fin de semana genial que quiero compartir con todos vosotros. Descubre todos los rincones y secretos de Los Enebrales.
A mí no me gusta estar quieta. A él, Gon, le gusta descubrir cosas nuevas. A los dos nos encanta estar juntos. Vivir.
Apuntamos en la agenda nuestra visita a Los Enebrales antes de Navidad y cerramos el fin de semana con muchísimas ganas. A mí eso de «tenemos que ir/ver/hacer algún día» no va conmigo. No al menos desde hace tiempo.
Con todo el jaleo que hemos tenido últimamente, nos encantaba la idea de pasar unos días tranquilos en el campo, en Los Enebrales, y tener como perfectos anfitriones a Carlos y a Eva.
Llegamos el viernes a última hora, cansados en todas las fibras. Y nos sentamos directamente en la chimenea para cenar y tomar algo, tranquilos y relajados, frente al fuego. Nada nos podía apetecer más que eso, más después de la comida que organizaron en diciembre y a la que no pudimos asistir.
Nuestra suite, super espaciosa, nos esperaba llena de detalles. Una botella de Moet en una champanera hasta arriba de hielo, macarons, flores recién cortadas y amenities de La Chinata.
Al día siguiente, tras haber dormido más de 8 horas del tirón en la paz de un silencio impagable, desayunamos en plan romántico los dos solos con vistas al campo. El sábado hizo un día maravilloso, como si Eva y Carlos nos lo hubieran encargado.
Nos pusimos las botas, que nos esperaba un día de no parar. Excursión por la finca, ruta en quads y visita a El Castañar de El Tiempo.
Los Enebrales está lleno de rincones donde perder el sentido y olvidarse de todo. El domingo, después de desayunar y ya con pena por tener que volver a Madrid temprano, recorrimos todas las instalaciones de la finca. Todas ellas geniales para celebrar una boda memorable.
De día o de noche, en invierno o en verano. Exterior o interior, íntima o multitudinaria. En Los Enebrales puedes celebrar la boda que siempre quisiste.
Deseando volver, un besote, Ana.
Fotos: Natalia García Fernández.